martes, 10 de agosto de 2010

John Oldman

John Oldman

Aquella tarde llovía a las afueras de Edimburgo. John Oldman no había cambiado el apellido desde que llegó de América. Decía que, aunque su última estadía en el “nuevo mundo” había sido particularmente difícil, al menos había conseguido dos cosas: 1, había logrado darse a conocer como lo que realmente era, había sido sincero con todos, aunque esa sinceridad sólo duró las últimas horas de los últimos 10 años que
duró en aquella tierra. 2, esas horas de sinceridad, le habían regalado un amor sincero (y aquí la redundancia vale oro), si bien ese amor ya se había fraguado en días anteriores. El hecho es que, John Oldman mantenía su apellido con orgullo por primera vez desde que inició sus etapas de migración hace miles de años.

Como en la tarde de su despedida de EE. UU., me homenajeó con un Johnnie Walker Green. Al ver la botella, pensé que era cosa para deleitarse estar en Escocia con un whisky que había viajado a América y regresado a su tierra natal, sentado al lado de un hombre que ha vivido alrededor de 14000 años. Decir todo lo que se habló esa tarde sería grabar una segunda película, diciendo lo mismo que en la primera, pero con otras palabras. Sin embargo, al igual que una buena canción, las reflexiones de este hombre se pueden escuchar una vez, y otra, y otra , y otra...

Cuando se vive durante 14000 años, se tiene una visión totalmente diferente a la de la mayoría de los mortales. John me decía que básicamente todo nace de un concepto: el temor a lo desconocido. Que nos forjamos historias para explicarnos a nosotros mismos cosas que ni sabemos de donde han salido. Que nos engañamos a nosotros mismos, porque como decía Buda, es más fácil engañarse que investigar la realidad del ser. Que conceptos como el amor y Dios son tan volubles e imparciales como lo es nuestro conocimiento. Y que Buda, ese mítico ser que vivió 500 años a.C. ha sido el personaje más influyente en su vida, porque ha sido el único que nunca lo ha juzgado, que no ha juzgado a nadie, que no se proclamó Dios, y que no pidió que le creyeran lo que decía, sino que experimentaran por sí mismos lo que el decía experimentar. Que como humanidad seguimos cometiendo siempre el mismo error: aún sabiendo que nos engañamos, pretendemos engañar a los demás, y nos tragamos los engaños de otros. Que ese error se puede resumir en una frase: vivimos, pero no dejamos vivir. Señalamos, juzgamos... nos apegamos... y nunca investigamos lo que en realidad somos. Nos lavamos las manos de nuestras responsabilidades, y crucificamos a Jesús mil veces, y mil veces más. Y decimos “amar”, cuando no tenemos ni idea de lo que significa amar, y de las consecuencias que trae consigo el amar. Que hacemos de todo, juzgamos todo y a todos, pero nunca hacemos lo que realmente debemos hacer: juzgarnos a nosotros mismos, y vivir el momento presente...

Antes de despedirme, le dije "John: sé que prefieres a Beethoven, pero antes de irme, te dejo este tema". Estreché su manó, besé a Sandy en la mejilla, y salí de la casa... En el reproductor empezó a sonar "Si volvieran los dragones". Me dí media vuelta a unos pasos de la casa. Por la ventana, pudo ver que en los rostros de John y Sandy se esbozaba una sonrisa. Confieso que hablar con John Oldman es lavarse con vinagre las heridas. ¡Pero que bien es tomarse un escocés a su lado! Te deseo lo mejor John, a ti y a Sandy. Espero que pronto la humanidad piense como tú, sin necesidad de vivir 14000 años.



(Basado en la película The Man From Earth, de la qui hablaré en la siguiente entrada)

1 comentario:

Monsieur Akostinov dijo...

Cuando se vive durante 14000 años, se tiene una visión totalmente diferente a la de la mayoría de los mortales.